LA DESIDEALIZACIÓN Y EL PROCESO DE IDENTIDAD ADOLESCENTE

Por Rafael Azuela de la Cueva

Pensar en el proceso adolescente es pensar en una redefinición de la relación del sujeto con el mundo, en una reestructuración de su fuero interno, en fin, en una especie de refundación de la personalidad.

Son muchos y con grandes aportaciones los que en los últimos treinta años se han dedicado desde el psicoanálisis al estudio de esta etapa vital del desarrollo. Por lo general han partido de grandes preguntas acerca del cómo se da este complejo proceso, en sus vicisitudes psicosexuales desde el punto de vista de las pulsiones; en sus condiciones adaptativas internas y respecto al entorno social; en sus determinantes psicogenéticas; e incluso desde las propias tareas que impone al adolescente el desarrollo como son la elaboración de duelos por la pérdida de la imagen corporal del pasado y de las figuras infantiles o la elaboración del proceso de identidad .

El interés de este trabajo se centra en el papel que juega el proceso de desidealización en la identidad adolescente. Esta propuesta se basa en el hecho de que en la literatura especializada en el tema de la identidad adolescente en particular y en aquella dedicada al estudio de la etapa en lo general, se encuentran referencias escasas y dispersas sobre el papel y la importancia que tiene lo que definiré como el proceso de desidealización, tanto en los inicios del proceso de identidad como en sus resultados al finalizar la adolescencia.

Como un indicador de lo anterior está el hecho de que en una compilación de las doce revistas especializadas más importantes de occidente y que abarca el bienio 1987-1989, no aparece en su índice temático el término desidealización (Lieberman, 1990).

El objetivo específico de este trabajo es promover la familiarización del fenómeno más que asentar proposiciones teóricas originales. En todo caso propone una ubicación de este dentro de los marcos de las teorías de relaciones objetales y de la psicología del self.

Al hablar de desidealización, en primer lugar, la diferenciaremos de la experiencia específica de desilusión que vive el adolescente y de ahí la concebiremos como un proceso con sus propios orígenes y vicisitudes y no como una mera experiencia aislada; en segundo término, lo ubicaremos en las áreas específicas de las relaciones objetales y en la de sus repercusiones en el sistema del self. Es decir, en un doble impacto en ambas líneas de desarrollo.

Lo anterior se basa en el hecho, ampliamente difundido en la teoría y repetidamente demostrado en la experiencia clínica, de que los procesos involucrados en la conformación de la identidad tienen como áreas principales de desarrollo al self y a las relaciones objetales, como herramientas las identificaciones y las autorepresentaciones que van ocupando el mundo intrapsíquico del sujeto y como vehículo a la interiorización y a la internalización que se dan a través del desarrollo, en su comprensión diferenciada de mundo interno, el de las representaciones, y mundo interior, el de las estructuras (Michaca, 1987)

La idealización como punto de convergencia de lo objetal y lo narcisista

Para sentar las bases teóricas sobre las que descansan las reflexiones que ocupan este artículo, se propone ubicar a la idealización como un fenómeno al que asisten los ámbitos objetal y narcisista como configuraciones del mundo intrapsíquico que rebasan en complejidad y alcances a la mera diferenciación de las cargas libidinales y a su modelo correspondiente de catectización vs. decatectización y concepciones paralelas como la de retraimiento de libido objetal y reinvestidura narcisista del yo.

Este esquema, basado en la condición económica de la vida pulsional tiene que ser complementado por otro en cuyo centro están conceptos como los de internalización e identificación, cuando se pretende profundizar en la comprensión del complejo proceso de la redefinición adolescente.

Seguidos por la propia naturaleza de nuestro particular objeto de estudio, la adolescencia, nos encontramos en un ámbito de convergencias y articulaciones que nos orienta por sí mismo en la construcción de explicaciones del fenómeno. Un ejemplo de tal condición es el concepto de idealización que revisado con el telón de fondo del proceso adolescente ofrece mayores alcances en la convergencia de lo objetal y lo narcisista.

A continuación, e ilustrando dicha convergencia se discutirán los orígenes e implicaciones de la idealización a través de la revisión del proceso de internalización.

De tal modo que en este primer apartado centraremos nuestra reflexión en el concepto de internalización para explicar, también, los orígenes del proceso de identidad y en el siguiente apartado en el de desidentificación para abordar el entendimiento de la tarea de diferenciación a la que necesariamente se ve enfrentado el adolescente en ocasión de la definición de su identidad.

Recordemos brevemente que la internalización es el proceso mediante el cual se incorporan1 en forma estructural, es decir permanente, aquellas funciones

psicológicas que originalmente eran cubiertas por el objeto primario a través de lo que Winnicott llamó maternaje y que en palabras de Mahler es el partero del nacimiento psicológico.

El cambio de función, de incorporación a internalización, del que se pasa de una función biológica a una psicológica, implica una interacción a la que asisten tanto libido objetal como narcisista, y por lo tanto configuraciones representacionales que han de diferenciarse en el desarrollo de la personalidad. En otras palabras, ni el devenir de este proceso de internalización ni su resultado se dan en forma pura creando sólo funciones estructurales, sino que éstas están siempre acompañadas por las imágenes de esos objetos incluyendo las imágenes que estos mismos tienen acerca del propio infante.

Lo que significa no sólo que las representaciones del objeto, cargadas con libido objetal, interactúan con las representaciones del self, cargadas con libido narcisista; sino también que el self interactúa con la representación que del pequeño tienen sus objetos primarios.

Es en este último campo de relación en el que hay que detenerse para indagar sobre el alcance y las vicisitudes del proceso de diferenciación representacional que tiene lugar en la adolescencia; en especial en lo que se refiere a la consolidación postadolescente de la identidad.2

Pasamos, entonces por la articulación de mundo interior y mundo interno debido al proceso de internalización, pero también, y especialmente en lo que se refiere al proceso de identidad por la articulación, en un sistema supraordenado, de representaciones objetales, aquellas que provienen de lo que el objeto emite, y narcisista, aquellas que se generan en la recepción de la respuesta ya sea que provenga del objeto o del propio self.

Es en el ámbito de esta articulación en el que se reproducen las identificaciones rudimentos de la futura identidad.

Aquí habrá que recordar que, aunque dichas identificaciones nunca pierden su original función defensiva, van realizando una nueva función estructurante a través del proceso de internalización cuyo producto final es el superyó constituido precisamente por identificaciones parciales con representaciones del objeto parental idealizado y sus respectivas demandas, prohibiciones y, sobre todo, en este contexto, aspiraciones e imágenes depositadas y representadas por el pequeño.

De manera que éste internaliza la imagen que se tiene de él mismo y sus aspiraciones correspondientes que durante la latencia se irán conformando en el ideal del yo en una mezcla con las propias aspiraciones; ideal del yo que estará sujeto a rearticularse en la adolescencia. Paso final que abordaremos en el siguiente apartado.

Si observamos esta articulación de representaciones objetales y del self desde el punto de vista de su evolución narcisista, nos encontramos con que el surgimiento del self como núcleo independiente de iniciativa y percepción y que constituye el sector central de la personalidad, proviene de la matriz de los self-objects especulares e idealizados. En otras palabras, es la conciencia de la madre y su aprecio por la existencia del bebé lo que en un juego de espejos crea los rudimentos originales que después de pasar por un proceso de diferenciación crean el sentido del self.

En este contexto hemos de recordar que en la infancia la idealización es consecuencia y tiene lugar en los procesos de interiorización de las representaciones objetales que desembocan en ese producto estructural y diferenciado, el ideal del yo en cuya organización participan las vicisitudes narcisistas de la interacción con las figuras edípicas, ya que éste es resultante de la carga de libido narcisista con que se inviste a las imágenes internalizadas y a los ideales colectivos por conducto de éstas.

La idealización, entonces tiene como fin, en términos del equilibrio psicológico necesario para la estructuración, el de ofrecer al sujeto en desarrollo modelos referenciales internos que lo preserven de afectos displacenteros y de sus efectos desorganizantes, provocados por demostraciones de la realidad que refutan las fantasías de perfección narcisista atribuidas a las figuras parentales.

En este contexto de interacción objetal y narcisista la búsqueda del objeto tiene para el self la búsqueda de la constatación de la propia existencia. Certeza que ya en la adolescencia sufre episodios en los que se diluye dada la retracción narcisista implicada en la disolución de lazos afectivos con los objetos infantiles y necesarios en los procesos paralelos de desidentificación y desidealización.

En cuanto a las implicaciones objetales de este proceso de desarrollo de la identidad y proyectándolo hacia la adolescencia , se sostiene que la tendencia   a la diferenciación , propia de la fase, respecto a lo que los padres esperan del chico y lo que éste espera y desea para sí mismo, pasa necesariamente por un esfuerzo desidentificatorio que alcanza su resultado último en la consolidación interna de un ideal del yo despersonalizado, es decir, ya no referido a las figuras vía la identificación sino a las propias aspiraciones y metas que el sujeto autónomamente se ha marcado y que por añadidura suelen ser sintónicas con las de su familia y su comunidad.

La desidealización como movimiento al crecimiento

En cuanto a las condiciones desencadenantes del proceso adolescente hemos de recordar que las necesidades adaptativas del desarrollo psicosexual ponen al sujeto frente a la realidad de figuras que no satisfacen ya las demandas de la infancia. Figuras que han de ser reconocidas por el chico en sus nuevas funciones y sobre todo a partir de sus recursos reales.

Si reconocemos los alcances de esta articulación objetal y narcisista como un paso más en la comprensión del proceso adolescente, hemos de reconocer que su tarea en la identidad tiene como base el empuje hacia la diferenciación de las representaciones del self en interacción con las representaciones de los objetos. Empuje que a su vez en la adolescencia está específicamente determinado por la renuncia a las figuras incestuosas de la infancia.

Así, la desidealización tiene como frentes de acción los deseos interiorizados de los padres y sus valores y pautas culturales correspondientes.

Es aquí donde el concepto de desidentificación ofrece gran utilidad para explicar la esencia y el alcance del movimiento representacional que tiene que hacer el adolescente como una condición ineludible de su esfuerzo por lograr una identidad diferenciada.

En este punto la observación fenomenológica de la búsqueda de pares en la adolescencia adquiere aún más importancia a la luz de la desidentificación que nos muestra que no sólo se trata de una transacción pulsional para cambiar de objeto, sino de un esfuerzo que el self realiza en la diferenciación de su propia imagen y aspiraciones respecto de aquellas introyectadas del objeto. Esfuerzo que se potencializa en la relación con sus pares y que nos muestra claramente cómo estos movimientos suceden en el espacio interno representacional en independencia relativa respecto a lo que sucede con las figuras externas.

Dado que la consolidación estructural de dichos introyectos en la latencia se realizó mediante identificaciones, éstas han de sufrir una modificación básica en el plano narcisista que pone a prueba la solidez y cohesión interna lograda en la relación con el objeto primario.

Del grado de satisfacción óptimo con que se relacionó el self con sus objetos ideales y, como estableció Kohut, del grado de frustración óptima con que estos fueron internalizados, depende entonces, el grado de diferenciación que se logre a través del esfuerzo desidentificatorio que pretende el adolescente.

De ahí que el proceso de desidealización adquiere plenamente el carácter de indicador del éxito o fracaso relativos de la diferenciación adolescente, de la cohesión del self suficiente para soportar los virajes regresivos y las profundas experiencias de soledad a las que se somete en la disolución de sus vínculos tempranos. 3

En efecto, nos dice Kancyper, la desidentificación del infans pone a prueba la estabilidad de los sistemas narcisistas en los planos ínter e intrasubjetivos (Kancyper, 1991). Prueba en la que el fenómeno de la desidealización es fiel testigo e indicador.

Dejar de ser a través de los padres para llegar a ser él mismo lleva al adolescente a la confrontación de las imágenes idealizadas encargadas hasta entonces del sostén y regulación de la estructura narcisista.

La desidealización entonces, ha de ser vista como una herida causada por la comprobación concomitante de que la perfección y omnipotencia antes recreadas en ese juego de espejos con los padres, no es tal frente a la realidad. Ni ellos son tan grandiosos ni él es tan bello frente a sus ojos.

En el frente de los deseos relacionados con las imágenes infantiles, la desidealización implica una renuncia a éstos; lo que significa, aunque de manera dolorosa, la única posibilidad para tener acceso a la maduración y al desarrollo anunciados en la consolidación del ideal del yo que se constituye en la medida de las ambiciones y los ideales que, como referentes internos, dotan al self de su sentido de continuidad.

Visto desde la modificación estructural la adolescencia implica una reestructuración que en el ideal del yo adquiere una dimensión especialmente trascendente por el choque de aspiraciones que somete al sujeto, en el contexto de una profunda herida narcisista, a la renuncia de aquellas imágenes idealizadas.

De igual modo el éxito o fracaso relativos alcanzado en tal renuncia nos habla del estado del self, de su grado de cohesión y de su capacidad plástica para lograr una nueva internalización trasmutadora.

Producto original del que nos da cuenta, en el futuro joven adulto, la consolidación de un ideal del yo diferenciado fruto de una nueva síntesis e integración de las representaciones del self y que antes funcionaban en una preintegración hilvanada con las imágenes y aspiraciones que del chico tenían sus objetos parentales.

Este estado de pseudo-individuación ha de ser reemplazado en la adolescencia por un estado de consolidación de la personalidad diferenciada.

Es a esto a lo que creemos se refiere Blos, basándose en los términos de Mahler, cuando llama a la adolescencia el segundo proceso de separación individuación (Blos, 1974).

Los destinos de la desidealización

En un trabajo anterior (Azuela, 1991) y a propósito de la herida narcisista a la que conlleva la confrontación de las imágenes idealizadas, he propuesto llamarla por su carácter universal la herida de Hamlet. Idea desarrollada en otra parte como un ejercicio de psicoanálisis aplicado donde he analizado la tragedia de Shakespeare como una ilustración clásica del proceso de desidealización adolescente (Azuela, 1988).

Si Edipo lleva la fatalidad del oráculo, Hamlet lleva el sino: Las dos posibilidades para enfrentar la herida de la desilusión: O la identificación con el objeto denigrado, que marca cada uno de nuestros actos devaluatorios o nuestras falsas modestias. Identificación con la que se trata de paliar el dolor de la decepción y con el que se garantiza para el futuro el hacer en activo lo que se sufrió en pasivo. O la lucha por la reparación para restablecer esa parte herida con ideales propios.

Rápidamente anotaremos que de la primera posibilidad se deriva la amplia gama de trastornos de la identidad que subyacen en todos los cuadros preestructurales de adolescencia patológica y que invariablemente acusan problemas en la diferenciación objeta! y rígidos compromisos narcisistas que bloquean la continuación del desarrollo.

Sin embargo, en la frontera entre la adolescencia patológica y la patología de la adolescencia, estas dos posibilidades fluctúan entre tres modalidades alternativas frente a la renuncia narcisista que impone la desidealización. Modalidades que marcarán las vicisitudes del desarrollo posterior del adolescente en las esferas de la autoestima y de las relaciones interpersonales.

Primeramente, tenemos en un extremo la renuncia absoluta a las ambiciones e ideales y que es consecuencia de una profunda herida propinada por una desidealización brusca y paralizante. El objeto idealizado ha fallado a tal grado, y en muchas ocasiones de manera tan abrupta, que no deja oportunidad alguna a la reparación, puesto que con su falla ha dañado seriamente la autoestima del sujeto y con ello lo ha desprovisto ele la vitalidad y el vigor necesarios para reponerse del golpe y aspirar a establecer sus propios anhelos.

Son expresión de este extremo los estados depresivos crónicos, el desinterés y desgano que se observa en una vaga impresión en el sujeto de que a lo que más puede aspirar es a evitar el fracaso, pero ni en sueños a optar por el triunfo.

En este cuadro encontramos las formas más crueles de sometimiento y pasividad y que en ocasiones observamos reactivamente en racionalizaciones o intelectualizaciones escépticas pero carentes de compromiso y que reflejan una profunda desesperanza.

Donde no hay creatividad, donde parece “haberse secado la tierra ” según la expresión de un chico de 18 años que después de haber sido engañado por su padre durante un largo lapso, “descubre repentinamente”, detrás de una fachada de omnipotencia, al verdadero padre sometido y oportunista. Este había sostenido la mentira de ser el propietario de un centro nocturno cuando en realidad era uno de los guardaespaldas del verdadero dueño. Más allá de tratarse de un evento aislado, en la historia de este chico fue el último eslabón de una larga cadena de engaños bien encubiertos por la propia madre a quien también aquejaba un severo trastorno narcisista de la personalidad.

En el otro extremo nos enfrentamos a la negación absoluta a la renuncia derivada también de la imposibilidad de diferenciar internamente las imágenes fusionadas a través de la necesidad de provisión narcisista en una relación prolongada con el imago parental idealizada.

En esta alternativa observamos que detrás de la imposibilidad de renunciar a las expectativas idealizadas depositadas en el objeto (self-object en el sentido estricto) existe una incapacidad profunda para separarse de él. Esto lo reconocemos en aquellos adolescentes cuya conducta e ideación son inflexibles respecto a las pautas morales y éticas aprendidas. Ellos son “más papistas que el Papa ” tomando una expresión coloquial.

Son aquellos chicos y chicas que se aferran a lo conocido bajo la consigna de no claudicar. Sólo que el objeto de su consigna son valores no despersonalizados. Con esta conducta reaccionan a la desidealización prometiéndose no fallar como sí lo hicieron los pares. Con ello sellan un pacto de no separación que los lleva a la sensación de estar siendo habitados por otro y de estar defendiendo lo que en realidad no les pertenece.

Para ilustrarlo viene a cuento el caso de una chica que mostraba serias preocupaciones respecto a los acercamientos sexuales que intentaba su pareja. Después de explorar qué tanto dichas preocupaciones pertenecían al ámbito de los temores edípicos reeditados en ocasión de su adolescencia, se descubrió que “ella no fallaría” como lo hicieron los padres al haberse casado embarazados. También “casualmente” la adolescencia llevó a esta paciente a descubrir el mito familiar que se escondía detrás de una educación de rigurosa represión sexual, que por cierto era expresada a través de la sensación permanente de estar siendo observada por la madre. De hecho, esto representaba el temor consciente de ser descubierta, en una suerte de pensamiento mágico y de fusión que le hacía temer que la madre “sabría” de las proposiciones del novio.

Como se ve la respuesta al novio no era desde ella ni para ella sino desde la madre y dedicada a mantener intacta la imagen de ésta.

Si bien hasta aquí he querido ilustrar estas dos formas extremas de reacción frente a la desidealización e incluso cómo éstas pueden estar asociadas a fallas específicas en uno de los dos polos, el de las ambiciones y el de los ideales, mi interés, por el momento , no se centra en las formas en que se incrusta el proceso de desidealización a cuadros patológicos, ya sea desencadenados o en estado embrionario, sino en los efectos y en la importancia del propio proceso en el contexto general de la adolescencia y en particular en sus vicisitudes narcisistas en torno a la prueba a la que somete la adolescencia a la cohesión del self.

De hecho, no estoy proponiendo esta clasificación en formas puras, si bien eso pueden dar a entender las viñetas anteriores, sino siempre mezcladas en una configuración global que no necesariamente es patológica y donde el centro, y eso es lo importante, está ocupado por las vicisitudes que en el self tiene dicho proceso de desidealización.

Por último, me referiré en el término medio a la renuncia parcial que tiene como resultado la continuación del proceso de identidad con su característico sentido de orgullosa mismidad.

Esta modalidad tiene como principal característica provenir de un proceso selectivo de apropiación de valores y pautas derivado a su vez de una adecuada diferenciación entre las representaciones del objeto en interacción con la representación del self y sus respectivos contenidos.

En este proceso de selección el adolescente participa activamente imprimiendo en su propia conducta las determinantes de esa diferenciación guiadas por la certeza interna de que lo que bien se ha incorporado permanecerá más allá de la experiencia adolescente y de que lo que débilmente se incluyó en el pasaje de latencia, es decir no se internalizó, bien se puede desprender que no será muy fuerte la pérdida.

Es aquel adolescente que, con esa certeza, a veces desdibujada, puede enfrentar el dolor de la decepción por el paraíso perdido y defender con coraje la propia individualidad. Es aquel que es capaz de des identificarse para elaborar nuevas identificaciones del presente con miras al futuro.

Aquel que al adquirir una individualidad cohesiva y continua puede tolerar mejor la tensión y la frustración, pues sabe y siente que dentro de él ya no estará solo nunca más (Michaca, op.cit.).

Finalmente, y en términos filogenéticos esta parcialidad en la renuncia al deseo narcisista de perfección tiene el alcance y la trascendencia de los bienes culturales de la humanidad.

De ahí que es importante reconocer que los desarrollos de Edipo y Hamlet están aparejados como condiciones y renuncias inseparables en bien de la creación y la preservación de la cultura.

El hombre crea un yo ideal como restitución del amor narcisista que tuvo en su infancia sobre su propio yo; ahora convertido en ideales, lo basa en el modelo proyectivo de su cultura que a su vez proyecta en él todos los ideales alcanzables.

La muerte de Hamlet simboliza, entonces, la renuncia a esa parte de todos los hombres en la que se depositaron los ideales frustrados.

“Sólo seré yo y sabre quien soy yo a partir de que haya logrado desidealizar a mi padre y esté dispuesto, de esa manera, a valerme, como nunca, por mí mismo”

Conclusión

El motivo de interés en el proceso de desidealización se centra en la importancia clínica que tiene la incorporación activa de este elemento en la comprensión de los orígenes y las consecuencias que tiene el proceso de la identidad adolescente en el sistema del self: En lo que respecta a la consolidación de la estructura encargada de la estabilización de la autoestima y de la dotación de ambiciones e ideales que experiencialmente se traduce en un plan de acción del que deriva el sentido de mismidad y de continuidad y que le permite al adulto joven consolidar su identidad y con ello definir su propio rumbo habiendo sorteado la tormenta adolescente.

En otras palabras, al poner nuestra atención en el proceso de desidealización estaremos en mejor posición para entender y acompañar al adolescente, sea éste nuestro paciente, nuestro alumno o el chico de la comunidad a la que servimos.

Y en lo particular, en el consultorio, con ello estaremos más cerca de su experiencia de refundación en lo que a la vivencia del self se refiere. Con ello afinamos nuestra lente de observación y tomando como indicador este proceso estaremos en mejor posición tanto para reforzar tendencias estructurantes como para prever futuros indeseables, y si es posible, para reparar los daños narcisistas en oportunidad de la convergencia de estas dos experiencias críticas y vitales que son la adolescencia y la psicoterapia y que, guardadas las proporciones, tienen en común el móvil de la oportunidad del cambio.

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