Antes de los 60, el papel del hombre y la mujer se encontraban más definidos, en la actualidad han cambiado. ¿Cómo ha impactado en la masculinidad la liberación femenina en los aspectos económico, laboral y de seguridad? Es una interrogante que se responde a partir de la necesidad del varón de mantener los pilares de la masculinidad.
“Un hombre -dijo Ernst Hemingway- nunca debería de ponerse en posición de perder, cuando no pueda soportarlo”. Qué profundamente conocía Hemingway la fragilidad masculina.
Por primera vez en la historia, un número mayor de mujeres ha alcanzado independencia económica, éxito profesional y una marcada liberalidad en cuanto a aspectos sexuales. ¿Qué repercusión ha tenido todo esto en el sexo contrario?
A medida que las mujeres se vuelven más fuertes, seguras y confiadas en sí mismas y, esperan que los hombres las retribuyan. ¡Estos se encuentran más asustados que nunca!
Antes, hombres y mujeres tenían roles bien definidos, hoy en día los papeles rígidos de la antigüedad nos parecen asfixiantes, al final de la década de los 60, fue cuando las mujeres se rebelaron a que se les asignara un rol único y de menor importancia en la vida familiar. Ahora cuentan con opciones que sus madres jamás hubieran soñado, quieren relaciones de igualdad con los hombres, es decir, dos personas iguales e independientes que se apoyan mutuamente.
Sin duda, la diferencia entre hombres y mujeres es el sedimento de milenios de historia y opresión. Sólo hace algunas décadas que están cambiando las relaciones entre ambos sexos. Es la primera vez en la historia de la humanidad que mujeres y hombres se observan a fondo para comprenderse y, para ello, deben identificarse con el otro, asumir su rol. Esto se está dando ya en cuanto al vestuario; cuando apareció la moda unisex, las mujeres tomaron modelos masculinos (chaquetas, pantalones, zapatos) y los hombres blusones y cosméticos.
Cuando las mujeres eran dóciles y pasivas, las relaciones resultaban menos complejas, pero ahora que ellas son más íntegras, los hombres se sienten abrumados por los nuevos requerimientos.
Los hombres más dramáticamente afectados por los cambios culturales en las últimas décadas son de elevada educación, dedicados a una profesión más que al comercio, y se desempeñan en campos donde las mujeres han sido ya admitidas en gran número.
Ahora que los hombres han conseguido -supuestamente- lo que deseaban, es decir, mujeres sexualmente activas, han comenzado a retroceder y se dan dos caminos: O se alejan o se vuelven sádicos. Lo cierto es que ahora que las mujeres tienen éxito, el equilibrio del poder ha cambiado en muchas áreas de la relación y se preguntan en secreto si realmente las mujeres son más competentes, más poderosas y si tienen más éxito que ellos. Ese miedo los hace sentir tan débiles y pequeños; tratan de fingirse fuertes ante sí mismos, pero en el interior están aterrorizados.
Muchas mujeres se han desplazado de la revolución sexual a la revolución de la relación. Actualmente la mujer está dejando su papel de mártir y de dirigir su rabia contra sí misma, a través de la abnegación, el sacrificio y el sufrimiento, y tratando de conseguir control induciendo sentimientos de culpa (Wilson, 1987). El hombre siente amenazado su papel en el mundo, especialmente su virilidad que no está totalmente ganada. La mayoría de los hombres viven en un estado permanente de incertidumbre sobre lo que significa ser hombre (Naifeh y Smith, 1985).
Tradicionalmente, a las mujeres se les coartó en la relación de muchas cosas hacia afuera, y por ello ponen más importancia en sus interiores (mundo interno). En cambio, a los hombres se les impulsó a la acometividad, a hacer, actuar y su mundo interno quedó relegado.
Ahora, mientras las mujeres exploran el mundo exterior de la autosuficiencia, los hombres retornan asustados al mundo del aislamiento y la distancia. Lo que se observa en un porcentaje elevado de hombres es temor a la intimidad y al compromiso; se sienten asustados y abrumados por las exigencias femeninas.
En este trabajo, no voy a referirme al tipo de hombre que ha tenido una relación suficientemente buena con su madre y, en donde el respeto mutuo ha nutrido y protegido la relación. Se trata entonces de un hombre suficientemente seguro de sí mismo, que es reflexivo y puede admitir problemas, hace concesiones y asume responsabilidades. Este hombre no percibirá a la mujer como devoradora o invasora de su espacio. Y tendrá capacidad para la intimidad.
En un mundo de valores cambiantes, los hombres enfrentan hoy requerimientos de intimidad y compromiso como nunca anteriormente. ¡Son tiempos difíciles para ser un hombre!
Intimidad implica un proceso total y complejo por el cual se comparte algo fundamental de uno mismo con otra persona.
Lo que se observa, son hombres que se rehúsan a hablar, que rehúyen la intimidad, que están emocionalmente aislados, tratan de ocultar sus sentimientos o de negarlos y se mantienen a cierta distancia de sus emociones y de las emociones de los demás. La intimidad requiere reciprocidad.
Antes que una persona pueda salir de sí misma hacia otra, debe primero llegar al interior de sí misma. A los hombres les falta el radar que las mujeres tienen para conectarse emocionalmente.
A la mujer, como sabemos, no le han enseñado un sentido de valía independientes, por sí misma, de ahí la necesidad de dependencia que se da en relación al hombre y que ha sido descrita en muchos estudios. Sin embargo, vemos a menudo que cuando las mujeres pueden satisfacer de otro modo sus necesidades emocionales, como con los hijos, sueñan olvidarse de los hombres; en el hombre no ocurre lo mismo. ¿Cuántos hombres conocen ustedes que descuiden a la esposa por los hijos?
La mujer está tomando conciencia de sus conflictos de independencia y, a partir de los comienzos del movimiento feminista, está luchando contra ellos. -Como mujeres, fuimos educadas y preparadas para proteger a los hombres-.
¿Cuántas mujeres dedican su vida entera a proteger al frágil ego masculino? Las mujeres sienten que son excluidas de la vida emocional de los hombres. Ellas sienten que deben volverse a otras mujeres para satisfacer la necesidad de una verdadera intimidad emocional, que no se da con el hombre.
Los hombres pueden ofrecer satisfacción sexual e intimidad física, pero no la intimidad emocional a la que nos estamos refiriendo.
Si observamos el juego de los niños varones, vemos que como respuesta a los sentimientos de vulnerabilidad juegan a identificarse con figuras todopoderosas como Superman, Batman, las Tortugas Ninja, el Zorro, etc., negando el hecho de su pequeñez y debilidad. Así aprenden también a externalizar sus problemas, es decir, la culpa de sus dificultades está afuera y de ese modo se distancian de las relaciones. Este es el fundamento de los mecanismos de separación e incomunicación que los hombres usarán más tarde en sus vidas. Lo que ahora observamos es un endurecimiento o exacerbación de estas defensas originadas en la temprana infancia (Naifeh y Smith, 1985).
Los juegos de los varones y las niñas son diferentes. Estas, en sus juegos, practican la fluidez necesaria para expresar sus sentimientos y el hábito de la intimidad en su relación con los demás. Son expertas en la intimidad, la aprenden de los brazos de la madre y la perfeccionan en los juegos con muñecas, en donde también practican la maternidad y, en la actualidad, la seducción hacia el hombre. De ahí la popularidad de las muñecas sexualizadas como las Barbies.
Casi todas las mujeres tienen la fantasía del Salvador, el Príncipe que vendrá para cuidar de ellas y, por esta dificultad de independencia, el hombre es “la verdadera profesión de la mujer”.
El entrenamiento varonil en cambio, desarrolla al hombre hacia la competitividad, hacia la constante presión de probarse él mismo, con la necesidad de control, hacia la inexpresividad y hacia el cerrarse. Cada desafío de la vida lo consideran como una competencia. Ganar lo es todo, es lo único. No es casual que hablen constantemente de política, deportes o la guerra y que estos temas dominen sus conversaciones.
Los pilares de la masculinidad continúan siendo la fuerza, la vulnerabilidad y la competencia. El varón crece analfabeto en el terreno de la intimidad; la competencia es la meta más alta del hombre y así, compiten con los carritos, representantes fálicos de masculinidad, independencia y potencia. Más adelante competirán, en la etapa puberal, a ver quién alcanza la mayor distancia en el lanzamiento de semen.
Las revistas masculinas son diferentes a las femeninas. En las primeras se enfatiza la admiración hacia el hombre, ellos nos quieren leer nada negativo sobre sí mismos, los problemas masculinos son lo último de lo cual quieren enterarse. Ellos prefieren leer sobre la exaltación de la acción sexual, comercial o deportiva, relatos de guerra y conflictos externos a la familia (Olivier, 1984). Hay poca introspección en las revistas y en las vidas de los hombres. Lo que hacen es EXTERNALIZAR el conflicto buscando las fallas afuera de sí mismos. El hombre jamás se considera a sí mismo como la causa inmediata de su ansiedad.
Las revistas femeninas en cambio, encaran todo tipo de problemas cómo solucionarlos. El resultado más significativo de la revolución sexual es que las mujeres tienen ahora una mejor relación con su cuerpo y con el sexo.
Los hombres describen las relaciones permanentes -matrimonio- en términos de pérdida de libertad; no lo ven como una situación de crecimiento, sino como un término carcelario. De ahí que en las bodas le canten la marcha fúnebre al novio, con la cantaleta de “¡Ya se casó, ya se amoló!”
Cuando los hombres les dicen a las mujeres que piden demasiado, lo que en realidad están diciendo es que piden más de lo que están dispuestos a conceder.
Lo que profundamente representa la dificultad de compromiso es la pérdida de la libertad y, más profundamente, es la pérdida de la identidad; al acercarse demasiado a la mujer, sienten como si perdieran pedazos de sí mismos. Esto lo expresan de variadas formas, quejándose de que la mujer invade su espacio; viéndolas demasiado exigentes y abusivas; dicen ellos necesitar más espacio y no les gusta sacrificar alguna de sus ocupaciones por la relación. Sienten resentimiento contra la confianza de las mujeres contra sí mismas. Otros tienen francas dificultades sexuales que se traducen en impotencia frente a la revolución sexual que se está dando en las mujeres. Por lo regular, temen a la perdida de la individualidad, devorados por la “vagina dentada” y se paralizan por la intensidad de su miedo.
Se ha relacionado la eyaculación precoz con una actitud cruel y sádica con la mujer (Tausk, 1983).
Históricamente, las mujeres santas han sido definidas por los hombres como sexualmente puras e inocentes; de hecho, la única mujer perfecta fue virgen. A las mujeres decentes no les gusta el sexo, distinguen entre puras y prostitutas. Esta teoría en muchos hombres aún sigue vigente. ¿Cuántos siguen categorizando a la mujer como noviecita santa o golfa?
Sin embargo, los hombres buscan la relación sexual cuando no pueden exteriorizar sus emociones de vulnerabilidad, temor o debilidad, y en esos momentos la relación sexual es el único medio que conocen para sentirse seguros de sí mismos y consolados. Y contradictoriamente, tienden a apartarse de la mujer después del coito, actúan así para recuperar el control de sus emociones pues se sienten amenazados y necesitan volver a construir la imagen poderosa de sí mismos, es necesario alejarse.
Isacc Ribin (citado por Naifeh y Smith, 1985) ha llegado a la conclusión de que a muchos hombres no les gustan las mujeres, porque les han enseñado de innumerables y sutiles maneras a considerarlas depredadoras, manipuladoras, faltas de carácter y con pocas luces. Esta paradoja negativa, apareada con dependencia hacia las mujeres, conduce hacia la hostilidad.
El niño mexicano aprende en el hogar la arrogancia que el padre muestra hacia la madre y, aprende que las mujeres están para complacer a los hombres. Más adelante, una vez adulto, sentirá que tiene derecho a insultar y a humillar a cuanta mujer se le cruce por el camino.
Los hombres, dice Kaplan (1978), desarrollan temores a la intimidad en la vida adulta a causa de experiencias negativas y desilusionantes en las relaciones íntimas de la primera infancia. A causa de esta escisión entre el deseo de intimidad y el temor a la mujer se desarrollan emociones ferozmente contradictorias que, a veces, culminan con violentas agresiones hacia la mujer.
La causa de este conflicto se origina en la ausencia del padre en la formación de la vida emocional. Al no ocuparse el padre de la crianza, la mujer se transforma en el amado y odiado Todopoderoso, una figura de tamaño mitológico. Para el varón, la madre es la que empuña el cetro del poder y el control absoluto. No es difícil entender el por qué tantos hombres sienten que deben controlar a las mujeres; en su más temprana experiencia, una mujer los controló y, si se descuidan, volverán a convertirse en niños. El concepto que el niño se forma de la masculinidad estará centrado exclusivamente en no ser como ella (la madre), pues no cuenta con la presencia del padre. Los términos cercanía e intimidad están totalmente asociados con la madre. En consecuencia, para transformarse en un individuo separado y en hombre, no sólo debe rechazar a la madre, sino también la intimidad.
Una de las razones por las cuales tantos hombres desean que la mujer los cuide es porque inconscientemente anhelan regresar al tiempo de completa gratificación (Kaplan, 1978).
Si recapacitamos, resulta extraño que los hombres deseen tener hijos para no ocuparse de ellos y, qué extraña la madre que se regocija en tener para ella sola la carga de los hijos. El mayor porcentaje de mujeres considera, sin lugar a dudas, que los hombres no son suficientemente cuidadosos en la atención de los hijos, que carecen de pensamiento anticipatorio y corren cuando el hijo ya se cayó, por ejemplo. En cambio, ellas alardean de evitar los accidentes. La mujer, al ser ultra responsable, controla y se siente poderosa.
La madre manejará en forma diferente al hijo varón que a la niña (Olivier, 1984). En el caso del varón, la madre, hambrienta de hombres (pues no tuvo una relación cercana con su padre y el marido está por lo regular ausente), se posesiona del hijo a quien, además desea sexualmente (Olivier, 1984). Así, el niño se vincula al sexo opuesto desde su nacimiento, se sitúa desde el principio en la posición edipiana elemental. Lo difícil para él será salir de esta situación, salvaguardando su integridad de modo inconsciente, la mujer se posesiona del único varón que ella ha tenido realmente y el niño ha de salir del Edipo en contra de su madre. Aquí aparece el comienzo de la más prolongada y sutil guerra contra el deseo femenino (Olivier, 1984).
Muchas madres expresan su deseo de que el hijo “no creciera demasiado rápido” y quizá ésta sea una de las causas del retraso en el desarrollo a menudo observado entre los hombres. En cambio, la niña está ansiosa de convertirse en mujer y en objeto de deseo sexual. De ahí que desarrolle caracteres sexuales secundarios más rápidamente que el hombre; las niñas usan aretes llamativos y sexualizan su arreglo personal prematuramente.
La niña, al no contar con los cuidados del padre, vive con la madre una relación desprovista de deseo y así, vemos cómo las niñas ponen gran atención en su arreglo para seducir y llamar la atención, para después ser perseguidas por los demonios de la insatisfacción. Casi todas las mujeres se sienten insatisfechas por alguna parte de su cuerpo, el cabello, las piernas, la nariz y se obsesionan por el perfeccionismo.
La identidad de la mujer está marcada por el deseo de encontrar al hombre ausente durante tanto tiempo de su vida.
El niño varón conservará siempre la huella bajo la forma del terror a la famosa trampa mencionada con tanta frecuencia por el hombre; y no es más que la simbiosis con la madre vista como aprisionadora. No querrá volver a fundirse en el mismo deseo de la mujer, interpondrá barreras y conservará la distancia por todos los medios; esta será su principal obsesión. Como vemos, se trata de una salida peligrosa del Edipo, jamás totalmente segura y que deja al hombre marcado para siempre por la desconfianza y el silencio frente a la mujer. Así nace para el hombre el más tierno de los amores, seguido de la más prolongada guerra. La oposición y distancia del hombre será más violenta y persistente, cuanto más prolongada haya sido la creencia de que la madre en la unicidad de su hijo.
Llegar a desprenderse de la mujer que más amó… (ninguna madre desmentirá que los hijos varones son más afectuosos que las niñas) y de lo que fue más amado, no es tarea fácil para el hombre.
No voy a presentar viñetas clínicas porque a todos los lectores les sobran ejemplos del tema aquí desarrollado.
La solución a estos problemas es abrir la diada madre-hijo e introducir al padre; así la madre podría bajarse del pedestal donde fue colocada por la adoración y el miedo, y la complementariedad daría mayor riqueza a la personalidad del hijo.
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