Escrito por: Jaqueline Trejo Güitrón
Si pensamos en los monstruos de la infancia, todo el mundo ha escuchado alguna vez del famoso “coco el que te va a comer”, de Frankenstein, del lobo, del dragón, del diablo, etc. Todos estos seres malvados fueron en algún momento monstruos a quienes se les temía, que habitaban los armarios de los cuartos infantiles y amenazaban nuestro tranquilo sueño pues salían del closet en la noche mientras dormíamos.
Nos acechaban y en cualquier momento se aparecían convirtiéndose en nuestra peor pesadilla. ¿Pero alguna vez se preguntaron por qué a nosotros se nos aparecían esos monstruos y por qué a los niños de ahora se les aparecen otros? Ahora son los aliens, Chucky, zombis, huracanes, tornados, seres extraterrestres que amenazan con comérselos…….
Intentaremos dar respuesta a estas preguntas: de dónde surgen los monstruos, quiénes son, por qué los niños siguen teniendo miedo a los monstruos no importa cuánto les expliquemos que no existen, que solo están en su imaginación y no en la realidad.
Empecemos con la infancia, si pudiéramos describir las principales características de la mente infantil podríamos decir que:
1. Los niños son esos pequeños seres humanos que están conociendo el mundo y todo lo que habita en él, es decir, animales, objetos, personas, monstruos…Primero conocen a las personas u objetos y poco a poco van estableciendo alguna relación entre ellos
2. Su pensamiento es concreto, es decir, construyen su mundo interno desde una perspectiva concreta principalmente a partir de lo que ven y tocan. Todo lo que sienten también se queda registrado en su mente aunque en un principio no puedan ponerlo en palabras
3. Durante los primeros años de la infancia ese mundo interno está poblado solamente de seres buenos o de seres malos, es decir, de objetos parciales.
4. Los niños y niñas se encuentran centrados en sí mismos, lo que implica que sienten que todo lo que ocurre con ellos y a su alrededor es por algo que ellos hicieron o dejaron de hacer.
5. Su pensamiento es además animista, lo que significa todo poderoso, pues es capaz de lograr grandes proezas y destruir enormes castillos y dragones… con tan solo pensarlo
6. De ahí que su mamá todo lo pueda, todo lo posea. Es la madre activa, fálica, la que les da todo, les resuelve todo. Es la madre todo poderosa para darles pero también para quitarles sus más preciados tesoros…
7. Quieren crecer, ser y hacer lo que hacen los grandes, lo que hacen papá y mamá, su hermano o hermana….
8. Consideran que el embarazo se consuma de manera oral, es decir, comiendo algo y que los niños llegan al mundo de forma anal, siendo defecados como si fueran caca.
9. No distinguen entre fantasía y realidad.
10. Se rigen principalmente por el principio del placer, lo que significa que quieren obtener todo lo que desean.
11. Les cuesta mucho trabajo esperar y casi nunca aceptan un no por respuesta, lo que quiere decir que tienen baja tolerancia la frustración y no tienen capacidad de demora.
12. Esperan recibir de los demás lo mismo que ellos hacen en el tan conocido temor de retaliación.
Partiendo de estas especiales características es que la mente del infante se encuentra en plena construcción y cada día agrega materiales, partes y refuerzos a su construcción, conserva algunas partes y desecha otras, prueba con diversos materiales, toma partes de todas las personas y objetos que le rodean. Esta construcción es quizá una de las más importantes que hará este niñ@, esta construcción es la que le permite interiorizar lo que está afuera, para así conservarlo dentro de sí. Esto que se encuentra construyendo es lo que en psicoanálisis denominamos su mundo interno.
El concepto de mundo interno tiene que ver con la existencia en el ser humano de una realidad psíquica, esta realidad se construye mediante la relación entre el niño y sus padres, sus hermanos, parientes, que en psicoanálisis llamaríamos el sí-mismo y sus objetos. Esta realidad psíquica construida está separada y es diferente a la realidad del mundo externo, del mundo material (Coderch 1990).
El mundo interno infantil está poblado de objetos parciales, algunos buenos y otros malos. Los objetos son aquellos en lo cuales y mediante los cuales la pulsión busca alcanzar su satisfacción, puede tratarse de una persona o de un objeto parcial, de un objeto real o de un objeto fantaseado (Pontalis 1993). Estos objetos buenos y malos se relacionan desde adentro con el si-mismo del niño, todos estos objetos se
encuentran distorsionados, es decir, no son iguales a los padres en la realidad y esto se debe a la existencia de la fantasía.
Para Melanie Klein, la fantasía inconsciente es la expresión mental de las pulsiones y por consiguiente existe junto con las pulsiones desde el principio de la vida. En la fantasía se puede volar, comer, atravesar el mar, tener una varita mágica. En la fantasía se logra satisfacer a la pulsión, la fantasía es necesaria pues es a partir de ella que en principio se satisface un deseo o una necesidad para después buscar la satisfacción en el mundo externo.
Entonces la fantasía participa activamente en la construcción de éste mundo interno poblado de objetos buenos y malos ya que ayuda a satisfacer una demanda pulsional. Se preguntarán entonces qué son las pulsiones, pues son finalmente ellas las que en su búsqueda de satisfacción coexisten junto a la fantasía.
Las pulsiones son, en términos coloquiales, energía en movimiento; energía que parte de algún lugar del cuerpo, de la mente, es energía que busca ser satisfecha, descargarse, alcanzar su meta. Para alcanzar su satisfacción buscan a un objeto ya sea interno o externo, es por ello que las pulsiones son buscadoras de objetos para poder alcanzar la satisfacción.
En cada persona existen pues básicamente dos pulsiones, pulsión de vida y pulsión de muerte. La pulsión de vida, como su nombre lo indica, impulsa a cada individuo a mantenerse vivo, a comer, a unirse, a reproducirse. Por su parte, la pulsión de muerte es la que va en sentido inverso a la vida y su finalidad es ir de regreso a la calma, a lo inerte, a la no búsqueda, a la quietud total, a la muerte…
En términos generales se puede decir que la pulsión de vida se mantiene dentro del individuo para mantenerlo vivo, mientras la pulsión de muerte tiende a ser proyectada, es decir, colocada en el exterior con el propósito de salvaguardar al individuo y así mantenerlo vivo. Cabe aclarar que no toda la pulsión de muerte llega a ser proyectada una parte se queda dentro del individuo.
De estas pulsiones básicas de vida y muerte se derivan pues la pulsión sexual y la agresiva, en ambas, es decir, en la pulsión sexual y en la agresiva aparecen componentes de las pulsiones de vida y de muerte las cuales se mezclan y desmezclan en diversas proporciones. Esto significa que la pulsión sexual puede estar cargada de agresión como cuando ocurre una violación y que la pulsión agresiva puede ser la que empuje al individuo a pelear por el alimento que necesita para sobrevivir. Las pulsiones sexual y agresiva buscan pues ser satisfechas y por ello empujan produciendo ya sea de forma consciente e inconsciente una búsqueda de algo o alguien que las satisfaga.
Las pulsiones logran ser satisfechas gracias en parte a la fantasía, en los sueños, pero también gracias a acciones concretas que permiten lograr la meta propuesta, por ejemplo comer cuando se tiene hambre.
Volviendo entonces a los niños que se encuentran construyendo su mundo interno, mientras sus pulsiones sexual y agresiva claman por ser satisfechas, la fantasía permite entonces al menos un cierto grado de satisfacción de estas pulsiones, es en estas fantasías y en sus sueños donde aparecen los tan temidos monstruos.
Como ya sabemos que las fantasías son la expresión mental de las pulsiones, reflexionemos ahora sobre ¿qué son los sueños? Definidos de manera sencilla son algo así como la digestión diaria que el cerebro
necesita llevar a cabo para poder clasificar sus vivencias diarias, desechando algunas, conservando otras y cambiando el final de otras tantas, a veces a un final feliz donde todos fueron felices para siempre o uno no tan feliz donde la bruja se los come, los monstruos se les aparecen, los devoran, los mutilan, les quitan sus posesiones más preciadas…. Finalmente los sueños son también la expresión del deseo pulsional.
Es justo en los sueños donde a los niños se les aparecen los tan temidos monstruos…….asustandolos…devorándolos….
Para Foucault (2001), el monstruo, es una mezcla de dos reinos, de dos especies, de dos individuos, de dos sexos, de vida y muerte. Al hablar del monstruo se hace referencia a una violación de las leyes de la sociedad y a las leyes de la naturaleza. En otras palabras, esto significa que un monstruo al ser una mezcla de dos reinos nos muestra por ejemplo a el hombre con pies de ave; al ser una mezcla de dos especies encontramos al puerco con cabeza de carnero; una mezcla de dos individuos tendremos a aquel que tiene dos cabezas y un cuerpo, una mezcla de dos sexos da lugar a un hermafrodita; una mezcla de vida y muerte como el feto que sobrevive algunos días con una morfología que no le permite vivir y finalmente una mezcla de formas como quien no tiene pies ni brazos.
De acuerdo con Cohen (2000), el monstruo es utilizado como metáfora para que pensemos en lo no igual, en que lo que es diferente a la norma, lo que está en la frontera, así como el loco, el negro, el pobre. El monstruo rechaza las categorías, proviene de los cuentos, los mitos, los terrores y los dichos de un momento cultural, de una época, de un sentimiento y de un lugar. Tenemos como ejemplos El hombre elefante, la Bella y la Bestia, etc.
La palabra monstruo – monstrum – remite a ‘aquel que revela’, ‘aquel que advierte’, el monstruo existe para ser leído: pero, como las letras en la página, él significa algo diferente de él mismo, o sea, es siempre un desplazamiento de miedos, ansiedades, de deseos, y fantasías, en una palabra de pulsiones (Cohen, 2000).
Los monstruos encarnan pues las pulsiones, las convierten en algo más tangible, en alguien a quien se puede temer, en lugar de tener miedo de nosotros mismos, de nuestros deseos, ansiedades, fantasías, de las personas que nos rodean; se proyectan afuera estos deseos, ansiedades y fantasías teniendo miedo a los monstruos que asechan desde el closet. Es así como los monstruos permiten ubicar fuera de nosotros a estos objetos parciales malos que son tan temidos, nos permiten convertirlos en objetos tangibles que intentaremos tal vez espantar, controlar o porque no destruir.
En los niños el amor por sus padres durante la etapa edípica los lleva a tomar como objeto de amor solamente a uno de ellos, lo que convierte al otro padre en un temido rival, del cual se quieren deshacer. Este deseo es tan intenso que los lleva a meterse en la cama entre los padres, a ponerse en medio de los dos intentando separarlos, a reclamar para sí toda la atención, a querer ser la pareja del padre o la madre. Este deseo al mismo tiempo los asusta, pues en su mente significaría también que la pareja del padre que eligieron como objeto de amor tendría que desaparecer, que ser destruida para así poseer de manera exclusiva a su madre, como sucede en el caso de los varones. Este deseo es lo que es tanto anhelado como temido.
Son justo esos deseos de poseer al padre o a la madre que desatan en la infancia la aparición de múltiples pesadillas, de terrores nocturnos en los niños quienes se encuentran debatiéndose entre quedarse solamente
con uno de los padres, haciendo a un lado al otro, permitiendo con ello que uno de los dos quede como el objeto bueno que se rescata mientras el malo se desecha. El monstruo que se los quiere comer es el padre o la madre que ellos desean eliminar y que ahora pretende eliminarlos a ellos.
Si logran resolver de forma adecuada la etapa edípica podrán entonces identificarse con el padre del mismo sexo, el cual ya no seguirá siendo un rival, sino un objeto bueno que se conserva, para posteriormente tomar como objeto de amor al padre del sexo opuesto, al mismo tiempo que se renuncia a él, aceptando que en la pareja parental se pertenecen el uno al otro. Al renunciar a estos deseos incestuosos se conserva a ambos padres como objetos totales ambos con partes buenas y malas.
La resolución de la etapa edípica implica la renuncia definitiva a poseer a alguno de los padres, para buscar en el futuro una pareja para ese niño o esa niña que no sea ninguno de los padres que le dieron vida, ni ninguno de los familiares.
Los monstruos se convierten así en los portadores de los deseos y las ansiedades, los materializan haciéndolos visibles, tangibles, limitados a una forma, a un color, a un solo sexo.
Cuántas películas han dado vida a estos monstruos, La Familia Monster, Frankenstein, la saga Crepúsculo, en todas ellas se han personificado estas pulsiones humanas, intentando acercarnos a ellas para volver a sentir temor o para ver que el héroe de la película por fin destruye a ese monstruo y en nosotros se ve al fin cumplido el deseo de destruir a quien ese monstruo representa.
Es así que la película Mosters Inc., con sus personajes principales, Sulley, Mike Wazowski y Randall Boggs, revela nuestras pulsiones a colores, es decir, nuestros deseos, miedos y ansiedades. Y es gracias a la magia del cine que aquellos monstruos de dos cabezas, que eran considerados tan terroríficos se convierten en personajes con quienes los niños pueden convivir, coexistir, se convierten en amigos de los niños como Sulley, quien se transforma de un monstruo feroz y enemigo de los niños en uno monstruo tierno y amoroso que ya no desea asustarlos, sino que es él ahora quien desea proteger a los niños que antes asustaba.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado…….
Bibliografía
Bettelheim, B. (1977) Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica.
Coderch, J. (1987). Teoría y técnica de la psicoterapia psicoanalítica. Barcelona: Herder.
Cohen, Jeffrey Jerome. (2000). A cultura dos monstros: setes teses. Em.: Silva, Tomaz Tadeu da. (Org.) Pedagogia dos monstros: os prazeres e os perigos da confusão de fronteiras. Belo Horizonte: Autêntica, p. 25-55.
Foucault, M. (2001). Los anormales. Editorial Akal.
Klein, M. (1946) Envidia y gratitud. Obras Completas, Vol. 3. Buenos Aires: Paidós, 1988.
Laplanche, J. y Pontalis, J. Diccionario de psicoanálisis. B Labor, 1993.
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