El candidato en el Psicoanálisis de hoy

Hoy, éste no es el final. No es ni siquiera el principio del fin. Pero es, quizás, el final de un inicio.

Churchill, 1943

 

Esta frase abre la puerta a una profunda reflexión sobre dónde estamos hoy, en este momento de nuestra formación. Hoy somos candidatos a psicoanalistas. Sin embargo, estamos de acuerdo en que ya trabajamos como psicoanalistas, porque a lo largo de nuestra formación recibimos pacientes bajo un tratamiento particular, en cuanto a horarios, frecuencia, con un encuadre específico que, si tomamos en cuenta lo que nos dice Green (2005), debemos recordar que las sesiones analíticas contienen dos partes esenciales: el intercambio entre paciente y analista con todas sus características incluyendo atención flotante, asociación libre, neutralidad entre otras y el espacio físico con sus respectivas reglas donde se realizan los encuentros, siendo así la matriz activa la alhaja contenida en el estuche.

 

Todo este manejo es semejante al que hace un psicoanalista ya graduado. Y, por supuesto, no le decimos a ningún paciente: “sepa usted que yo soy un candidato, es decir, un aprendiz y lo ejercitaré con usted, claro, si me lo permite”. Asumirlo frente a un paciente, quizás desalentaría incluso hasta al más valiente. Pero, con la constancia de trabajar así, nos vamos apropiando el “ser psicoanalistas”.

 

El candidato en el psicoanálisis actual… ¿existe realmente tal cosa? No estamos seguras, porque… ¿qué es lo actual? La interrogante está en si los candidatos tenemos la capacidad, la madurez, la flexibilidad de poder empaparnos y sumergirnos en el mundo psicoanalítico, de formar una identidad con la cual nos sintamos seguros con las herramientas, hagamos propio el encuadre, nos haga sentido el trípode y nos apoyemos en él, pero al mismo tiempo no perdamos de vista la realidad.

Como bien dice Ogden, “El pensamiento psicoanalítico contemporáneo se está aproximando a un punto donde uno no puede seguir hablando simplemente  del analista  y  del analizando  como sujetos separados, que se toman uno al otro como objetos” (2014, p.p. 67-68), y esto incluye también a tomar en cuenta la realidad actual.

 

Hoy somos candidatos en un psicoanálisis que si bien ha mantenido sus bases y principios, no podemos negar que las realidades externas han cambiado. Ésto tiene un impacto directo con nuestro mundo interno y con la profesión misma, la cual no ha permanecido estática pues ésta se mantiene abierta a la posibilidad de ser  permeada por el ambiente que la rodea, por lo que el candidato en la actualidad debe realizar un trabajo de filigrana muy fino para distinguir entre esta realidad y una resistencia.

 

Entonces, ¿Cuál es nuestro papel en estos momentos? Si se nos permite la comparación, nuestro pensamiento psicoanalítico como candidatos se encuentra en las primeras fases de su desarrollo, en donde, como el infante, éste se ve expuesto a una avalancha de estímulos y términos que buscan estimular el movimiento psíquico para darle cabida a una nueva forma de funcionar: la función analítica. Como en el desarrollo psicosexual del individuo, en cada fase éste se ve enfrentado a distintas tareas que se van entretejiendo unas con otras, pero que la base, el inicio, si irá jugando un papel medular en el desarrollo posterior de la psique.

 

Nos quedamos pensando en el concepto de “violencia primaria” abordado por Piera Aulagnier (1977) quien habla de aquellos primeros contactos indispensables para echar a andar la mente: la psique del otro. Si bien se percibe como necesaria, no deja de ser un movimiento violento que sacude buscando crear los estímulos necesarios para crear un espacio interno que permita ir consolidando la herramienta psicoanalítica: nuestra identidad como analistas.

 

Nos parece que un ejemplo apropiado sería cómo es que se da la internalización del encuadre psicoanalítico, en donde se podría decir que una enorme mayoría de candidatos lo hemos vivido como un impuesto, como una rigidez que robotiza el vínculo y el trabajo psicoanalítico, generando la caricaturización del psicoanálisis y los psicoanalistas  que tanto aparecen en chistes, películas y en un importante grosor de la población. Sin embargo, ha sido a través de la experiencia y el tiempo como bien plantea Bion, que poco a poco se va entendiendo la riqueza de la herramienta, la apertura de infinitas posibilidades creativas que se gestan ahí, en ese espacio transicional,  en donde la posibilidad de jugar desde lo winnicotiano permite la gestación de ese vínculo analítico que mientras más se conoce, más difícil se convierte la tarea de definirlo y encasillarlo, puesto que el trabajo de la transferencia-contratransferencia, la  creación del tercero analítico, el encuentro  de dos océanos inconscientes que chocan y transforman al otro, entre muchos otros aspectos tiene solamente un límite… nosotros mismos y nuestra finitud.

 

Varios de nosotros tenemos pacientes que asustarían hasta al analista más experimentado. En más de una ocasión hemos visto sobresaltarse a distintos supervisores con pacientes presentados en seminarios. No sabemos si es ignorancia, osadía, necesidad de pacientes o quizá todo lo anterior, pero en ocasiones hemos aceptado casi a cualquier paciente que ha solicitado nuestra ayuda.

 

Nos equivocamos y aprendemos en este camino que ya sea que proporcione grandes preocupaciones y frustraciones o por el contrario, también es verdad que incluso con pacientes que no pensábamos que pudiéramos ir demasiado lejos, el tratamiento acaba consolidándose y el paciente progresa. Winnicott (1991), cuando habla sobre el verdadero y falso self, incluso hace referencia a que no se les encargue a los estudiantes del psicoanálisis  analizar a pacientes con un predominio de personalidad falsa.

 

 

Este trabajo nuestro es un arte, que, según escuchamos de analistas de nuestro instituto, de otros institutos y de otros países; nunca se termina de aprender, seremos siempre aprendices. Dan ganas de saber más, de poder darles lo mejor a nuestros pacientes. ¿Quién no se ha preocupado por algo así? ¿Es característico de la etapa como candidatos?

 

No creemos que estas cuestiones hayan sido muy distintas para candidatos de otras épocas. Con las correspondientes vicisitudes, de sus momentos y de sus contextos. Sin embargo, la realidad de una era en la que el acceso directo a un discurso inmediato a través de internet se ofrece fácilmente y lleno de opciones, la tecnología con sus avances en la comunicación ha “roto” o “atravesado” a la cultura.

 

Hoy, el lugar de encuentro social es predominantemente virtual: Facebook, Whatsapp, Instagram, Skype, son algunas de estas posibilidades. El territorio del encuentro también puede acontecer en la inmediatez de los teléfonos celulares, que cada vez ofrecen diversas alternativas de contacto, de comunicación.

 

Con estas descripciones, no pretendemos sintetizar ni demeritar el conjunto de variaciones de nuestra época; que además, nos brinda oportunidades y alcances inmensurables como el que muchos de nosotros tengamos el acceso consensuado al trabajo con pacientes que migran a otros lugares del planeta, acompañándolos y sosteniéndolos en las separaciones; o bien, teniendo la posibilidad de franquear las fronteras geográficas, horarias, culturales y sociales para supervisar casos con analistas expertos de otros países.

 

El psicoanálisis ha evolucionado y día a día nos enfrentamos con avances tecnológicos que, en vez de asustarnos porque son cosas que no incluyó Freud en su momento dentro de su obra, podemos apoyarnos en ellas siempre y cuando tengamos claras las reglas psicoanalíticas. ¿Freud contestando whatsapps? ¿Tomando sesiones por Skype con pacientes que viajan por trabajo? Suena raro… pero en este momento son realidades y cuestiones cotidianas.

 

Entonces, ¿qué hacer? ¿Asustarnos y no acoplarnos a la actualidad? O diseñar de manera responsable y ética  nuevos parámetros donde el psicoanálisis pueda tener cabida en el siglo XXI y más bien no se trate de candidatos en el psicoanálisis actual, sino de una actualización del psicoanálisis, en la que los candidatos podamos pensar, crear, proponer nuevas técnicas, podamos ver las necesidades de nuestros pacientes sin estar atados a un psicoanálisis “puro y ortodoxo” ya que  esa sin duda es nuestra columna vertebral, pero es básico poder evolucionar y adaptarnos a los cambios de la vida.

 

Un gran reto al que nos enfrentamos actualmente es a las expectativas de “cura del otro” que tenemos como “candidatos”. ¿Qué espera el paciente de nosotros? ¿Llega y acude a nosotros bajo la fantasía de que poseemos la verdad absoluta que le llevará a aliviar su sufrimiento? ¿Pone sus esperanzas en que seremos quien “sanará” su dolor? Estas expectativas deberán ser aterrizadas, ya que más allá de aliviar, se tendrá que entender que este camino que inicia tendrá momentos tortuosos, dolorosos, momentos en el que el camino estará lleno de espinas.

 

Hablando de las expectativas, también tendremos que luchar con la necesidad que existe hoy en día de encontrar “alivios express” a los sufrimientos, la poca tolerancia a la frustración y la demanda de “curas milagrosas”. Habrá que “desilusionar” al posible paciente de que no ofrecemos las “curas mágicas”.

 

Nos enfrentamos a la demanda de eficacia, ante la pseudo competencia de otros tratamientos u otras ofertas en el mercado de hoy en día. Son los pacientes deficitarios, que necesitan un trabajo de edificación mental, quienes la  mayoría de las veces llegan con la esperanza de que el analista resuelva de inmediato, con pocas sesiones, en poco tiempo.

 

En este camino que supone la formación junto con la demanda interna y externa de tener pacientes y “hacer clínica”, uno de los mayores retos es hacernos escuchar y cabe aclarar que no sólo hacernos escuchar por lo de afuera, sino permitirnos escucharnos. Hacer caso a esa voz interna, que en otros contextos se llama intuición, contratransferencia y confiar en lo que internamente estamos captando.

 

Como candidatos, también somos parte de un engranaje, que nos hace correr sin que sepamos hacia dónde nos dirigimos. Atendemos a los seminarios, acumulamos conocimientos, tropezamos de una supervisión a otra, elaboramos en el análisis, atendemos pacientes. Atendemos a las teorías y ejercicios clásicos psicoanalíticos, nos abrimos al pluralismo de ideas. Son nuestras instituciones las que proporcionan los marcos en lo que hemos de expresarnos libremente, sin temor a ser juzgados.

 

Ha de alentarnos que pueda ser creada la posibilidad de hablar, de sentir, de pensar, de ser uno mismo en soledad; en el silencio y en la compañía privilegiada del otro, en el vínculo, en el paciente trayecto de la construcción de la experiencia psicoanalítica. Que nosotros mismos, estamos recorriendo.

 

 

Autores:

Gabriela González Polo Vázquez

Gloriani Landeros Almaraz

Diana Maldonado Martínez

Susana Maldonado Ponce

 

Instituto:

Asociación Mexicana para la Práctica, Investigación y Enseñanza del Psicoanálisis (AMPIEP), México

 Noviembre, 2019

 

 

 

Bibliografía

 

 

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